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martes, marzo 09, 2004

[Mente, conciencia y la maldita memoria]

Aislados de ruidos exteriores empezamos a experimentar, ¡el medio es la expresión!,
con aliento incansable, no será fácil mantenerse en el estímulo que deseamos observar,
tinieblas que son producto de nuestra propia oscuridad, se mantendrá latente,
la realidad subjetiva influyendo personalidad, incertidumbre, deseo; todo mezclado.

Plantear que nuestra mente es responsable, y todo cuanto existe lo creamos,
para qué entender mejor el funcionamiento, para qué desvelar interrogantes, o encender velas,
ir más allá y llegar a materializar el fin de los otros días,
si la realidad se opuso a nuestra clamorosa irracionalidad; o poner nombres.

Quedan pendientes muchos lugares de nuestras geografías por visitar, imaginación,
indeseables palideceres que sobrevendrán en éxito para reponernos,
ceremonias de luz y conmovernos, entre sabánas, y premiarnos,
de contenidos de creatividad, en continentes no imaginarios, conscientes.

Inevitable vivir la meditación de la memoria esquiva de arquetipos, impertinencias y mentiras,
e introducir en la cama sensaciones enfrentadas de hipótesis de liberación prohibitiva,
electrizante responsabilidad artística, enfrentando ciertas situaciones,
estrechas entre la peligrosidad de evidencia de estatuas, iguales todas, propaganda de felicidades caducadas.

Reparar daños o curar heridas, tener razón en gestos imparciales, ebrios de descompensación,
en traumas de sensaciones anímicas y efectos de heridas, no en símbolos sino en ideas,
sueños enterrados de lucha interna, de lucha global,
que ponen de manifiesto la conciencia de no saber si querer, ¡contradicciones! ¡Querer!

Intenciones declaradas en evidencias de vitalidad cinematográfica,
ideas enfrentadas y obstaculizadas, sólo unos minutos más esperan,
para deconfiar de los poderosos placeres que utilizaremos,
un mismo sentimiento utilizado para expresar diferentes palabras.

[Mente y evidencias de mentiras de uno mismo]

¿Y haberme enterado antes?, salto mortal en el sentido contrario a las agujas del reloj,
noches de fuego en estrellas fugaces lejanas que no dan calor,
como los brazos del recuerdo en cuerpos que no eran el tuyo,
ir tras tus pasos en la arena sin autorización en vapores densos de delirios y delitos de espejismo.

¿Y cuándo se cortará el sonido de los sueños en la palabra de los cuerpos?,
Cuando la jauría de los fragmentos se cuelen por los ojos,
cuando nos quedemos helados sin saber cómo echar el cerrojo a las miradas que ya no nos dirigiremos,
enemigas múltiples de las horas del reposo de las conversaciones en tardes anaranjadas que no llegarán.

Vivimos nuestro tiempo mientras somos presas de nosotros mismos,
atrapados a veces en sospechas de otros,
en interrogaciones de muertes serenas y espejos rotos,
lamiendo alientos en heridas de fieras encerradas.

Envuelto en el penoso declive de la montaña rota de miedo e incertidumbre,
¿fracaso acechante? sin apelación en aquel pozo de la búsqueda inútil,
en todos los despertares sale un Sol ebrio con levantar perezoso y de resaca,
testamento de una noche sin hallar nada parecido a tí.

[ Mente y ventanas abiertas a tí]

Ventanas inmensas de luz, abiertas de par en par, ¡ahora sí!,
y atraversarlas con la pedrada de la noche rota, donde todo da por fin igual,
con el perseguir de los sueños con consecuencias, los verdaderos,
combustible de disparates de vida inquieta que imagina distracciones.

Avidez de besos,
¿cuál es la droga que me das? te extraño y no duermo.

Crujen las amarras, suena el rumor en el aire, mientras meto mis ojos en los tuyos,
cascabeles que espolean tus manos de uvas, fresas y chocolate,
cuerpos bañados en champán, construyen mi deseo ante tí,
y hacen escombros las lejanas palabras que las olas se llevaron.

Impaciencia matinal de amaneceres de primavera para convertir una promesa en un cometa,
senderos de jardín, nieblas, me arrodillo para compartir la flor del silencio roto,
del quejido de un trago de gloria y mancharme las manos,
con los susurros de noche con los que acaricias mi corazón.

Avidez de caricias,
¿cuál es la droga que me das? te quiero y no duermo.

Eres un mar; aprenderé a nadar con certezas, metáforas, risas y cabriolas,
ímpetus vitales en lágrimas que no se lloran,
en besos que si me das,
bajo el mar, como tu escribiste.

Merodeando los tormentosos aguaceros y pensar solo en envolverte,
permaneciendo arrebujado en el calor de las mantas,
aprovechándome del fuego de tus palabras y la sabiduría eterna de tus manos,
descansaré en tu pecho de todo lo que quiero escribirte y no sé.

Avidez de tí,
¿cuál es la droga que me das? te amo y duermo contigo Paula, hoy, en sueños.

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