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domingo, febrero 08, 2004

[Cobijo de mi alma soñadora]
Ojos cristalinos que encierran tormentas,
en miradas dulces de deseo,
y sonrisas que abarcan horizontes,
inexplorados de tu cuerpo soleado.

Caminos que encienden luces,
en anocheceres de perezas azules,
quitas el sueño, el hambre y la sed,
desnudos haces olvidar el mañana.

Mientras la ola sublime del dolor,
acecha todas las tardes de domingo grises,
cosecho con descaro las apariciones de tu lengua,
origen y destino de los vientos.

Arrastran los momentos de calor,
al confín de los anhelos añiles,
que sobrevuelan desayunos de frutas,
en bocas secas de sueños agitados.

Cabalgar sobre esperanzas sonrientes,
por el desierto de la realidad,
yerma entre semana de tí,
y abundante en fines de semana con restricciones.

Y acercar tu cuerpo al mío,
con manos manchadas de nosotros,
limpias de posesión y llenas
de sabores inconfundibles de amor.

Agitando todas las camas y sofás,
que suergen en nuestro paso vacilante,
de besos apresurados o lentos; apasionados,
tiemblas ante mí y yo me deshago en tí.

Flotar sobre tu pelo en barcos de pasión,
sobre remolinos y ¡esquivarlos!
Vigilantes desde el abismo,
de las emociones entregadas.

Negar puertos y no poner freno a la evidencia,
de Luna que nos encuentra desnudos,
en cuerpos de reflejos de sudor,
en sábanas embriagadas de lucha.

Pesos de amor que tu haces livianos,
con manos cariñosas que juegan,
con la inociencia escondida,
de deseo gritado de susurros de nombres.

Dormir contigo dentro de músicas,
que transportan evocaciones de presencia,
diferencias delgadas que desaparecen,
cuando tú te haces realidad.

En tu cuerpo; cobijo de mi alma soñadora.
Paula, Tú.

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